Durante casi dos años, la difusión deliberada de información falsa ha planteado una amenaza cada vez mayor para la salud pública. Hoy, esta amenaza ha alcanzado un punto crítico, impulsada por los avances en inteligencia artificial, las maniobras políticas y el resurgimiento del sentimiento anticientífico. Las consecuencias ya son visibles: las enfermedades prevenibles están regresando y la confianza del público en las prácticas sanitarias esenciales se está erosionando.
La máquina de desinformación impulsada por IA
El auge de la inteligencia artificial ha acelerado drásticamente la difusión de la desinformación sanitaria. Si bien la IA promete avances en la atención sanitaria, también permite a los malos actores crear y difundir falsedades convincentes a escala. Sora 2 de OpenAI, por ejemplo, permite a cualquiera generar vídeos realistas pero fabricados con una mínima experiencia técnica.
El problema no se limita al vídeo. Los chatbots de IA, incluidos ChatGPT de OpenAI, Gemini de Google e incluso DeepSeek de China, están cada vez más saturados de propaganda pro-Kremlin. Rusia inunda Internet con desinformación para contaminar los datos de entrenamiento, convirtiendo efectivamente los modelos de IA en amplificadores involuntarios de falsedades patrocinadas por el Estado.
Interferencia política y defensas erosionadas
La crisis actual no es únicamente una cuestión tecnológica; también es un resultado directo de decisiones políticas. Bajo administraciones recientes, las defensas estadounidenses contra la desinformación se han debilitado deliberadamente. Las órdenes ejecutivas han eliminado las restricciones a la difusión de contenido dañino y las agencias dedicadas a contrarrestar la influencia extranjera han sido desmanteladas o desfinanciadas.
El cierre del Centro de Influencia Maligna Extranjera del Departamento de Estado, a pesar de su eficaz trabajo, ejemplifica este cambio. Mientras tanto, los legisladores estatales están presentando activamente proyectos de ley que cuestionan las prácticas de salud pública basadas en evidencia, incluidas la vacunación y la leche pasteurizada. Se están considerando más de 400 proyectos de ley de este tipo en todo el país, 350 de los cuales están dirigidos específicamente a las vacunas.
El regreso del sentimiento anticientífico
El acontecimiento más alarmante es el resurgimiento de grupos antivacunas y la promoción de teorías desacreditadas. El nombramiento de Robert F. Kennedy Jr. para dirigir el Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos representa un punto de inflexión. Su larga historia de promoción de afirmaciones falsas sobre las vacunas, junto con figuras como Andrew Wakefield (quien fabricó un vínculo entre la vacuna MMR y el autismo), ha legitimado el sentimiento anticientífico en los niveles más altos del gobierno.
A pesar de las advertencias de premios Nobel, ex Cirujanos Generales y organizaciones médicas líderes, Kennedy ha alterado unilateralmente las políticas de vacunación contra el COVID-19 sin citar evidencia científica. Esto ha envalentonado a los grupos antivacunas a redoblar sus esfuerzos, publicando informes que ignoran investigaciones revisadas por pares y citan estudios retractados de revistas depredadoras.
Consecuencias mensurables: resurgimiento de enfermedades
Las consecuencias de esta campaña de desinformación ya son visibles. El sarampión, declarado eliminado en Estados Unidos hace décadas, está regresando. Los CDC han documentado más de 1.681 casos este año, el recuento más alto desde 1992. Las tasas de vacunación de los niños de jardín de infantes contra el sarampión, las paperas, la rubéola y otras enfermedades prevenibles han disminuido, quedando por debajo del umbral del 95% necesario para mantener la inmunidad colectiva.
La erosión de la confianza pública en la ciencia, combinada con defensas debilitadas contra la desinformación, ha creado una tormenta perfecta para los brotes de enfermedades. A menos que se tomen medidas urgentes para restaurar la integridad científica, fortalecer las defensas de la salud pública y combatir la difusión de información falsa, se producirán más brotes. La trayectoria actual es insostenible y las consecuencias se sentirán en los años venideros.
La crisis exige una respuesta coordinada de los formuladores de políticas, los funcionarios de salud pública y la comunidad científica. El futuro de la salud pública depende de ello

























































